viernes, 4 de marzo de 2016

Parca en bocadillo

Que la vida y la muerte son dos caras de una moneda es algo que uno llega a entender con el tiempo; pero en este trabajo y en este lugar, las dos realidades están presentes de manera tan cercana y tan potente que el contraste del claroscuro resulta brutal.
Mi instituto, decano, centenario, a la cabeza de la educaciones medias de toda la provincia desde hace dos siglos, se levanta pared con pared con la Iglesia de San Francesc de quien toma su nombre original y sus oficios y los nuestros se entremezclan de tal manera que el resultado es inquietante. Todos los días el bullicio y el escándalo estremece este edificio desde la base pero a veces (y a veces muchas veces) las campanas de Sant Francesc no marcan las horas, sino que suenan para despedir a una vida que ya se ha ido. Los profesores  y los alumnos escuchamos su tañir tristísimo y por un momento el ambiente se aquieta, el griterío se acalla,  y los adultos pensamos en el "tempus fugit" y los críos en fantasmas;  pero el silencio dura solo un momento. El intervalo justo que antecede al timbrazo que nos despierta del ensimismamiento y anuncia el patio. Entonces le das un mordisco al bocadillo y no solo muerdes el pan; también le hincas el diente a la Parca que en ese momento se asomaba demasiado por la ventana. La Muerte se aleja, asustada y olvidada, y tú sales por la puerta empapado en la fragancia embriagadora del azahar que se escapa del claustro.
 Y andas meditabundo, porque también la nomenclatura de las calles próximas invita a ello, cuando de repente se cruza otra flor, la de cualquier adolescente agradecido que nos saluda por la acera porque le hemos acompañado años antes en clase. Él no ve, pero tú sí porque has parido, que lleva enganchado a su espalda la silueta tenue de su madre muerta meses antes. Este hilo, este filo de la navaja tan terrible y tan precioso, ha conseguido que ponga punto final. Y lo marco y lo subrayo en primavera. 

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