martes, 17 de julio de 2018

Abro una puerta nueva


Ha acabado siendo mía casi sin proponérmelo pero con la certeza de que si iba a ser no, debía de pasar cierto tiempo hasta que se borrase de mi mente esta fijación que había dejado en mí desde que entré en ella. 
Rebosa
aire y luz, algo que necesitaba con urgencia desde hacía tiempo; pero, por encima de 
las vivencias que cualquiera podría expresar cuando se muda y estrena vivienda, aquí he descubierto aspectos cotidianos en los que antes no me habría detenido. Hablo de una herencia en forma de plantas africanas que jamás habría visto; del reflejo en forma de letra que hace el sol del Oeste en la pared de mi habitación. Un bosque de tejados que se despliega en cualquier dirección y que acaba en verdes y azules. Descubro la vida en las alturas de mis vecinos: quién cena hoy en la terraza, quién está celebrando un cumpleaños en familia, quién acaba de terminar la jornada en la playa. Puedo hacer un calendario con futuras plantaciones y planificar actividades infantiles al aire libre o la posibilidad de hacer fotos geométricas siguiendo la curva de la escalera de caracol. Desde el sofá puedo seguir la línea silenciosa de los aviones –y contarlos y volverlos a contar-y regar con manguera, a lo Carmen Maura en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Respirar y seguir el recorrido de la luna. Lamentar la contaminación luminosa una y otra vez. 
Qué bien se está aquí