martes, 7 de agosto de 2018

Diez cosas que (igual) no sabías sobre la autora de este blog


1 Mi verdadera vocación es la medicina. Pena tristísima que en mi camino se cruzasen las Matemáticas. Todavía me gustan los hospitales porque los veo como un lugar de recuperación y me apasionan las series de médicos. 
Tuve claro que mi destino no era seguir a Galeno cuando unos Reyes pedí un Vademecum y me trajeron un lavavajillas.

2 No sabía cuánto me gustaban los críos hasta que empecé a dedicarme a la docencia.

3 Soy tan gilipollas que me cae mal todo el mundo que conozco a primera vista. Como a estas alturas ya me conozco, mi niña interior me susurra "espera" y siempre le hago caso. Si la enana está calladita, mejor no hago experimentos.

4 Tengo la gran ventaja de reconocer la desgracia y la felicidad en cuanto asoman la patita por la puerta. “Era inmensamente feliz y no lo sabía”. Pues yo sí, sí lo sabía. Ahora mismo sé que lo soy y sé que lo sé y es la dicha pura.

5 Mi hija me ha salvado de muchas cosas; pero sobre todo me ha salvado de mí misma.

6 Tengo amigos que no me los merezco. Uno de ellos y me escribe, me anima y tira de mí cuando tiene mil veces más talento que yo. Rebosa ingenio y sabe mil idiomas. Se merece todo el éxito del mundo en las mil iniciativas que emprende.

7 En cuanto llego a una casa nueva busco instintivamente si en las estanterías se guardan libros.
8 Mentalmente no rebaso los 28 años. Mis neuronas no envejecen, mi espalda me recuerda que sí.

9 Sé que no voy a perdonarme no tener más hijos.

10 Me encantaría saber si el primer chico del que me colé supo alguna vez cómo me sentía. ¿Cambiaría en eso alguna cosa? Pues no, evidentemente, no y qué pava me siento al completar este décimo punto pero esto no es más que un blog personal (¡ja!). Me sentía horrorosa para intentar nada y ahora repaso fotos antiguas y pienso: “¡Rediós! Si no estaba tan mal…”

martes, 17 de julio de 2018

Abro una puerta nueva


Ha acabado siendo mía casi sin proponérmelo pero con la certeza de que si iba a ser no, debía de pasar cierto tiempo hasta que se borrase de mi mente esta fijación que había dejado en mí desde que entré en ella. 
Rebosa
aire y luz, algo que necesitaba con urgencia desde hacía tiempo; pero, por encima de 
las vivencias que cualquiera podría expresar cuando se muda y estrena vivienda, aquí he descubierto aspectos cotidianos en los que antes no me habría detenido. Hablo de una herencia en forma de plantas africanas que jamás habría visto; del reflejo en forma de letra que hace el sol del Oeste en la pared de mi habitación. Un bosque de tejados que se despliega en cualquier dirección y que acaba en verdes y azules. Descubro la vida en las alturas de mis vecinos: quién cena hoy en la terraza, quién está celebrando un cumpleaños en familia, quién acaba de terminar la jornada en la playa. Puedo hacer un calendario con futuras plantaciones y planificar actividades infantiles al aire libre o la posibilidad de hacer fotos geométricas siguiendo la curva de la escalera de caracol. Desde el sofá puedo seguir la línea silenciosa de los aviones –y contarlos y volverlos a contar-y regar con manguera, a lo Carmen Maura en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Respirar y seguir el recorrido de la luna. Lamentar la contaminación luminosa una y otra vez. 
Qué bien se está aquí