Estoy tan agotada mentalmente por el confinamiento por el pre y por el post, que vivo la llegada de septiembre entre la inquietud y la liberación. No desconecto de mis circunstancias, ni de mí misma ni de lo que me rodea. Mala señal. ¡Malísima! Al menos estoy volviendo a escribir para mí y comienzo "31 instantes de agosto", para recordar este verano que no lo es, que es transición a no sé muy bien qué, que es también espera y esperanza. Treinta y un momentos como treinta y una excusas para para estar ahí y no en otra cosa. Un instante para fijar el ahora y no en lo que debo hacer después, o llamar a... o recoger, o guardar. Son 31 instantes solo míos.
Evidentemente, esta entrada no se escribe de tirón. Paciencia.
1 de agosto. Bendito chorro de agua helada en la ducha de la piscina. Casi noto como mi piel se evapora, cómo me convierto en efervescencia. Llego exhausta y boqueando tras una sesión de limpieza fuerte en casa sin aire acondicionado. El sudor me corre por el cuello y me llega hasta el culo. Se me pega el bikini y las bragas. Me estiro y me lanzo imaginariamente al Gran Azul. Hidratación instantánea. Menos mal, menos mal que han abierto...
2 de agosto. Cigarras de fondo en el porche de la casa de verano. Ni asomo del calor sofocante de ayer. Sí que noto el abotorgamiento, el cansancio y la apatía mental, precisamente porque estoy más distanciada y más despejada. Alucino que las hormigas hayan prosperado en el peor sitio del jardín.
3 de agosto. Otra vez las cigarras y un parque casi vacío. Carmen me llama al móvil y recorro lugares comunes con ella. Espero volver a verla en clases. A ella y a su energía, su mala leche y su creatividad.
4 de agosto. Casi me lo salto pero rescat al final del día.un instante de tranquilidad y frescura en la plaza del pueblo. Llega un té helado que me recuerda a orina y aún así me lo bebo (¿"Para qué pides un té, mamá, si no te gusta?") Qué difícil es encontrar algo rico, fresco, sin alcohol y sin azúcar. Alucino con la entrevista en la radio que una periodista le está haciendo a Clara Obligado. Habla de los que supuso su llegada a Madrid en el 76 y cómo sus vecinos se convirtieron en su familia adoptiva y le ayudaron a mitigar la soledad. Me siento plenamente identificada. Anoto en el blog de notas "La memoria del agua". Regalo de cumple, por favor.
5 de agosto. Mil instantes diseminados en una mañana intensa: envoltorios y tapones que no deberían estar, el canto del río, mi bajísima forma física, la arena de una playa fluvial...Cómo se nota que no nos hemos ido de vacaciones y todo el mundo está haciendo poco más o menos lo mismo.
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