jueves, 9 de junio de 2016

Cuentos como canicas


Cuando entre espagueti y espagueti le expliqué a mi padre qué estaba escribiendo, me dijo que tengo tendencia a escribir “canicas”: relatos más bien duros, de coloración cambiante, densos (mucha información en pocas rayas), redondos y con una trayectoria inesperada. Me reí como una loca porque creo que la definición es bastante acertada, al menos si tomo “La placidez de la vida burguesa”, el segundo que escribo para Literautas. El reto de este mes era la obligatoriedad de comenzar con la frase “El anciano encontró la llave en…”. Y, como reto opcional, planteaban que el texto se estructurase en torno a un único personaje.
Me aturullé por las prisas, no lo dejé reposar, me he pillado una repetición y les he enviado solo la primera versión. Todavía no entiendo cómo no lo cambié porque era relativamente fácil, aunque es cierto que me gustaba la idea de acabar con un diálogo para agilizar la lectura y conducirla hacia el final.
Sea como fuera, ahora sí dejo las dos versiones.

LA PLACIDEZ DE LA VIDA BURGUESA

1
El anciano encontró la llave en el pasillo de entrada y la guardó en el batín. Se le había caído al salir al jardín. Sonrió satisfecho mientras se dirigía al espacioso comedor y miró por el ventanal: podía estar orgulloso de su vida. Había seguido los pasos de su padre  en la empresa familiar, con ciertas reticencias al principio. Se había casado con la mujer que también él le había marcado, y que le había dado 4 niños obedientes y disciplinados (menos el pequeño). El suyo había sido un matrimonio fácil: Piluca se había encargado de todas las cuestiones domésticas, de la educación de los críos y, tal como le habían inculcado, había mirado hacia otro lado cuando se había encaprichado de otras mujeres. Ahora disfrutaba de un retiro cómodo, cultivando hortensias y orquídeas en el patio trasero.
Su familia al completo vendría en unas horas para disfrutar del domingo. Quería saber cómo le había ido al mayor, Jacobo, con las últimas negociaciones de los proveedores. Últimamente, los mareos habían hecho que desatendiese la marcha del negocio. Se arrellanó en su sofá favorito. Daría una cabezada antes de arreglarse.
 En ese momento sintió en el brazo un pinchazo molesto y el dolor le sacudió del amodorramiento. Ya no estaba en su casa.
­­-Vuelva en sí, Ventura-dijo un joven en bata blanca-¿Recuerda dónde se encuentra? Tiene pérdidas de memoria y ensoñaciones…Le estoy poniendo un medicamento intravenoso. ¿Le he hecho daño?
-¿Y mi mujer?-preguntó angustiado-¿Y mis hijos?
-Ventura, cuando ingresó nos dijo que la pintura había sido su único gran amor. Sebastián ha ido a por un café.  Le ha dejado también las rosas.
-Gracias a Dios. Había tenido una pesadilla espantosa…¡Me había convertido en mi padre!

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2
El anciano encontró la llave en el pasillo de entrada y la guardó en el batín. Se le había caído al salir al jardín. Sonrió satisfecho mientras se dirigía al espacioso comedor y miró por el ventanal: podía estar orgulloso de su vida. Había seguido los pasos de su padre  en la empresa familiar, con ciertas reticencias al principio. Se había casado con la mujer que también él le había marcado, y que le había dado 4 niños obedientes y disciplinados (menos el pequeño). El suyo había sido un matrimonio fácil: Piluca se había encargado de todas las cuestiones domésticas, de la educación de los críos y, tal como le habían inculcado, había mirado hacia otro lado cuando se había encaprichado de otras mujeres. Ahora disfrutaba de un retiro cómodo, cultivando hortensias y orquídeas en el patio trasero.
Su familia al completo vendría en unas horas para disfrutar del domingo. Quería saber cómo le había ido al mayor, Jacobo, con las últimas negociaciones de los proveedores. Últimamente, los mareos habían hecho que desatendiese la marcha del negocio. Se arrellanó en su sofá favorito. Daría una cabezada antes de arreglarse.
 En ese momento sintió en el brazo un pinchazo molesto y el dolor le sacudió del amodorramiento. Ya no estaba en su casa.
Una bata blanca se alejaba dejándole un gotero en el brazo. Ahora recordaba donde se encontraba: llevaba una semana ingresado por pérdidas de memoria y ensoñaciones. El medicamento intravenoso le había despertado de uno de estos episodios.
-¿Y mi mujer? ¿Y mis hijos?-murmuró para sí-.
Al girar la cabeza vio las rosas frescas con la tarjeta: “Recupérate pronto, amor, el estudio de dibujo y yo te necesitamos. Sebastián”

-¡¡Gracias a Dios!!- resopló-¡¡Pensaba que me había convertido en mi padre!!”.

2 comentarios:

  1. El dos, el dos.....Mon Dieu!!!!!!! Si es que te me cruzas....
    Besets.
    Laura. Siempre Laura. La otra es un espejismo.

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    1. Espejismo o no, no podemos renunciar a nuestra verdadera esencia. Te veo a ti y a la otra en la terraza. Gracias.

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