Recupero esta idea, este proyecto de algo más extenso que tenía sintetizado en sólo cinco líneas. En la primera versión la culpa y el arrepentimiento por lo hecho impregnaba el microrrelato. Me he desprendido de ellas ya que no conducían a ningún lado. El texto también se titulaba de otra forma.
Me desperté con un sabor metálico en
la boca. Un zumbido atroz me destrozaba los tímpanos y me martilleaba las
sienes. Sabía que tenía que dejar de beber de esa manera o acabaría matándome. Intenté incorporarme
mareado y traté de levantarme de la cama trastabillando. Tropecé con la botella
de ginebra, que rodó debajo de la cama, y en ese momento el timbrazo del teléfono
pareció sacudir la habitación entera.
Lo dejé sonar, entre otras cosas,
porque era incapaz de articular palabra. Y sin embargo, allí escuchando el
teléfono, comenzó a invadirme una sensación extraña: al principio, fue sólo una
ligera inquietud. Pero luego, casi instantáneamente, se transformó en una
oleada de pánico que sacudió mi cuerpo y me impulsaba a la acción. Sentí que
tenía algo importante que acabar, que mi vida entera dependía de un hilo que no
veía.
Descolgué el auricular como primera medida
para hacer algo.
-Manuel, hombrepordios, pero ¿¿dónde
te habías metido?? ¡Llevo intentando localizarte desde hace horas! ¿Qué has
hecho con el móvil? He recordado en último minuto tu teléfono de casa…-la
urgencia y la excitación le hacían casi ininteligible-.
-Pero ¿qué hora es?-intenté
concentrarme-
-¡Las que sean! Escucha, Manuel, esto
es importante: ¡no se presentó a la boda! ¿Oyes? La dejó plantada, el muy cerdo.
Y en ese momento recordé. Como un
fogonazo SABÍA qué había de hacer. Efectivamente, era urgente e inmediato.
Le oía rascar levemente la puerta
del baño con la única uña que le quedaba.
Tremendo, sencillamente tremendo.
ResponderEliminarQué bien escrito y qué final. De quitarse el sombrero.
¡Gracias! pero debo, necesariamente, de escribir otro tipo de relatos. Tengo que cambiar de registro...
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