martes, 26 de marzo de 2024

La fuente de la alegría

 

Este texto es fruto de un sueño, de uno especialmente intenso que hizo que despertara y buscara información. Aunque no es la primera carta de este tipo que escribo; sí la primera que publico en forma de entrada ya que me recuerdo constantemente que abrí este blog para nunca jamás autocensurarme

Ahora que estoy en el otro lado, veo lo mal que entonces se hacían las cosas: qué difícil era abrirse a gente nueva, qué abismo había entre las chicas y los chicos y qué mal nos relacionábamos. Aun así nos conocimos en la mejor edad. Cuando todavía quedaba en nosotros mucho de niños y cuando la adolescencia no nos había trastocado ni llenado de vergüenzas ridículas. Recuerdo aquellos días con gran intensidad. Con la tremenda sorpresa de saber que me había enamorado por primera vez y hasta el hueso. Como decía Cortázar, el amor no se puede elegir. “Es un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio”. Pues sí, así fue. Clavada, paralizada en mitad de la clase, espantada y agradecida en cualquier lugar del recreo en cuanto te veía. Si te acercabas, quería morirme. Si te marchabas, me desesperaba.

Unos ojos como mares, mirabas y lo llenabas todo de dulzura, con una forma de ser especial sobre todo porque no sabías el efecto que causabas en los demás. Eras la fuente de la alegría. Me sentaba a tu lado y era como llegar a casa. Cuando releo los diarios de aquellos días no paro de sonreír y lo hago porque en el fondo de mí me escribía a mí misma, para que no olvidase aquello que fue tan especial. Efectivamente, no lo he olvidado, ya ves.

Quería disculparme por el abismo que no paró de crecer. Contaba que seguiríamos siendo amigos pero no fue así. Lamento la fingida indiferencia, los desplantes, los rodeos para no encontrarte cuando en realidad todo mi cuerpo corría hacia ti, mi sombra lo hacía, tu figura ocupaba todos mis pensamientos. La manera más sencilla de explicar cómo me sentía es convertirme en dibujo animado. Soy Mary Anne al encuentro de Adrien: así de patosa, de nerviosa, de contradictoria, de querer desaparecer del plano y sin embargo querer ocupar tu todo. Fue así durante los siguientes tres años, que no fueron sino una caída libre. Me veo a mí misma entonces y me grito: “Tonta, hazle sitio en el sillón de la entrada, párale por las escaleras, pégale un codazo en la fila de los recreativos”. Me doy pena. Me doy risa. Supongo que intentaba que no se me notase, de mantener cierta dignidad. Luego intenté pasarte al olvido. Pero así fue peor y mira, tampoco acabó de funcionar. Tanto tiempo después y aquí estoy, escribiéndote. No espero nada, no quiero contestación. Esto es también fruto de una obsesión que tiene nombre gracias a Juan José Millás y sus “lo que no”.

¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? De nada! Sirvió para echarme fuego encima. Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad (Lorca, Bodas de sangre)

Lamento decirte que creo que te seguir escribiéndote en otra entrada. Y si no, abstente de visitarme en sueños.

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