Este texto es fruto de un sueño, de uno especialmente intenso que hizo que despertara y buscara información. Aunque no es la primera carta de este tipo que escribo; sí la primera que publico en forma de entrada ya que me recuerdo constantemente que abrí este blog para nunca jamás autocensurarme
Ahora que estoy en el otro lado, veo lo mal que entonces se
hacían las cosas: qué difícil era abrirse a gente nueva, qué abismo había entre
las chicas y los chicos y qué mal nos relacionábamos. Aun así nos conocimos en
la mejor edad. Cuando todavía quedaba en nosotros mucho de niños y cuando la
adolescencia no nos había trastocado ni llenado de vergüenzas ridículas.
Recuerdo aquellos días con gran intensidad. Con la tremenda sorpresa de saber
que me había enamorado por primera vez y hasta el hueso. Como decía Cortázar, el
amor no se puede elegir. “Es un rayo que te parte los huesos y te deja
estaqueado en la mitad del patio”. Pues sí, así fue. Clavada, paralizada en
mitad de la clase, espantada y agradecida en cualquier lugar del recreo en
cuanto te veía. Si te acercabas, quería morirme. Si te marchabas, me
desesperaba.
Unos ojos como mares, mirabas y lo llenabas todo de dulzura,
con una forma de ser especial sobre todo porque no sabías el efecto que
causabas en los demás. Eras la fuente de la alegría. Me sentaba a tu lado y era
como llegar a casa. Cuando releo los diarios de aquellos días no paro de
sonreír y lo hago porque en el fondo de mí me escribía a mí misma, para que no
olvidase aquello que fue tan especial. Efectivamente, no lo he olvidado, ya
ves.
Quería disculparme por el abismo que no paró de crecer.
Contaba que seguiríamos siendo amigos pero no fue así. Lamento la fingida
indiferencia, los desplantes, los rodeos para no encontrarte cuando en realidad
todo mi cuerpo corría hacia ti, mi sombra lo hacía, tu figura ocupaba todos mis
pensamientos. La manera más sencilla de explicar cómo me sentía es convertirme
en dibujo animado. Soy Mary Anne al encuentro de Adrien: así de patosa, de nerviosa,
de contradictoria, de querer desaparecer del plano y sin embargo querer ocupar
tu todo. Fue así durante los siguientes tres años, que no fueron sino una caída
libre. Me veo a mí misma entonces y me grito: “Tonta, hazle sitio en el sillón
de la entrada, párale por las escaleras, pégale un codazo en la fila de los
recreativos”. Me doy pena. Me doy risa. Supongo que intentaba que no se me
notase, de mantener cierta dignidad. Luego intenté pasarte al olvido. Pero así
fue peor y mira, tampoco acabó de funcionar. Tanto tiempo después y aquí estoy,
escribiéndote. No espero nada, no quiero contestación. Esto es también fruto de
una obsesión que tiene nombre gracias a Juan José Millás y sus “lo que no”.
¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el
dejarte despierta noches y noches? De nada! Sirvió para echarme fuego encima.
Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no
es verdad (Lorca, Bodas de sangre)
Lamento decirte que creo que te seguir escribiéndote en otra
entrada. Y si no, abstente de visitarme en sueños.
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