Con los micros, igual que hago con las recetas de cocina, me gusta escribir un preámbulo, una pequeña explicación que ayude a entender mejor la historia: cuándo se me ocurrió y en qué momento. Si fue un chispazo o fruto de un fuego lento.De hecho, a veces disfruto más escribiendo esta introducción que el relato en sí. "Siguiente, por favor" es del segundo tipo y me va rondando desde hace tres años al menos. Me acordaba de él cada vez que salía a comprar porque el juego del que hablo lo pongo en práctica yo misma para no morirme del aburrimiento. Ahora mismo, tirada en el sofá, acabo de terminarlo.
El juego
había empezado mucho antes de empezar a trabajar como cajera.
Al principio
sólo servía para divertirse en las filas inacabables mientras esperaba a ser
atendida: ¿a quién tienes delante? Echa un vistazo a su carro y adivina… ¿Vive
solo?¿Tiene mascota?¿Comparte su vida con personas mayores? ¿Es un obsesivo del
culto al cuerpo? ¿Qué va hacer este fin de semana?
Con el paso
de los días su pasatiempo había acabado convirtiéndose en un salvavidas frente
a la despersonalización. Lo utilizaba para no sentirse ella misma un código de
barras, una anotación más en la pantalla. Todavía no se explicaba cómo su vida
había terminado delante de la caja registradora.
-
¡Siguiente, por favor! -
Rollos y
rollos de papel de cocina-pañuelos de papel-toallitas-potitos-yogures- un par
de cucharillas-pechitos-cambiadores.
Sencillísimo:
una madre/ un padre/ ambos/ alguien muy cercano a la familia que echa una mano
con las compras imprescindibles. Era el cuarto de este tipo en lo que llevaba de
mañana.
-Uno más:
Whisky-hielo-patatas fritas-nata-velitas
olorosas-pizza. ¿Ya está?
Una pareja
que se lo va a pasar la mar de bien esta noche. Ajá, sí relativamente fácil
también.
Prensa rosa-
helado-crema hidratante-cera de depilar- bombones.
Doña corazón
solitario que se prepara para una noche más en blanco.
- Mantengan
la fila, gracias.
Esparadrapo-salfumán-cuchillas-algodón-lejía-
tres cuchillos de gran formato.
Arqueó la
ceja. El listado de la compra se salía de los márgenes de la cotidianidad. Enfocó
con un atisbo de curiosidad. El cliente tenía un semblante anodino pero su
mirada era dura.
-¿Hay algún
problema? –murmuró-.
-Ninguno
-dijo mientras le señalaba el importe-. Sólo me preguntaba qué haría con esta
compra el fin de semana.
Enseñó los
dientes en un atisbo de sonrisa y su gesto olía a peligro.
-En realidad
no querrías saberlo, preciosa.
Tras pagar
en efectivo, arrambló el carrito y desapareció más allá de las puertas automáticas.
Se quedó con
la fortísima sensación de que debía haber llamado a seguridad.
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