Recupero este texto que se borró del blog por un problema técnico. Pensaba que lo había perdido definitivamente pero esta semana, buscando entre carpetas digitales, lo he encontrado. A veces me he planteado qué hace a los vivos escribir sobre los que ya no están y, evidentemente, no tengo respuestas. Sólo creo que a Manu le hubiera gustado leerlo: le encantaban los blogs y la vida digital pero, sobre todo-sobre todo, era un apasionado de la vida.
A veces parece que te tienes que enterar de las cosas de una forma
u otra; a pesar de la distancia, de la pereza o del mal uso de la tecnología. Se
dieron todos esos factores, pero supongo que iba a enterarme de lo sucedido. Te
tenía en la cabeza desde esa mañana, cuando me reeencontré con el CD que me
regalaste al final del curso y seguí intermitentemente pensando en ti al saber
que cenaríamos en L’Aldea.
Jose ha adquirido la buena costumbre de hablar con
desconocidos –me temo que yo la he perdido-y empezó a pegar la hebra con la
camarera nada más entrar en la pizzería. La conversación discurrió por lugares
comunes: la crisis, las obras de desvío de la nacional,
el tráfico…yo desescuchaba, distraída y cansada, y me dejé caer contra los azulejos
de la pared. El frío del lateral me condujo mentalmente al Abril, situado
exactamente al otro lado del muro, y que inevitablemente relaciono con tu
tertulia. En ese momento, la pizzera me hizo regresar al plato y me
condujo de tu recuerdo a tu ausencia.
-Doncs, no t’hauras assabenta’t del què li va passar al Manu!!
Pensando en ti estaba. Pensando en ti me entero de que ya no
estás. Que todo ocurrió este verano y que me inunda la rabia porque nadie se
preocupó o no supo o no quiso decir nada. Esta sociedad nos hace creer que nuestro tiempo es lineal e infinito, en el
que siempre habrá tiempo para hacer cualquier cosa, para hacer lo que te gusta,
para ser feliz. Me impresionaste exactamente por ser la vitalidad y la
intensidad. Por tu conciencia de la importancia del instante. Porque aprovechabas cada minuto para disfrutar, porque siempre
entrabas en la sala de profesores canturreando cuando yo lo hacía gruñendo por
lo bajini. Tu intensa concentración mientras te liabas el cigarrillo, tu
afición a “fer tallarina”.
Entre plato y plato pensaba en cuando te conocí y en cómo agradecí
que te ofrecieras a enseñarnos el instituto a los novatos. Decidí que iba a pegar mi nariz a tu espalda (si a ti no te importaba), a seguir tus pasos de gran vaca sagrada.Te veía
como una lucecita que titilaba en un pozo: ponías color a las reuniones insípidas
del departamento. Tus comentarios desengrasaban los claustros tensos y tus
viajes en solitario por todo el mundo daban juego en algunos momentos de
silencio incómodos. Recuerdo tu gusto por la tecnología y tu blog de viajes,
por no hablar de mi tremenda sorpresa cuando escribiste en éste. De ti aprendí
a hacer un buen uso de la voz (no he vuelto a quedarme afónica) y a mantener
una relación distante pero siempre cordial con los chavales; a ladrar y rugir
en falso sin dejar que me tocasen, a no meterme en la cama con ellos por muy
cuesta arriba que hubiera sido el día, a atenderles personalmente por encima de
las tareas administrativas. ¿Te dije
todo esto en vida? Mil veces pensé: si llego a tener la experiencia de Manu,
quiero ser como él. Eso sí que te lo comenté y te reías.
Judit me ha dicho que la biblioteca del instituto lleva tu nombre.
Era lo menos que podían hacer. Tanta red social, correos, tanto what’s app,
tanta comunicación que no conduce a ningún sitio y de lo realmente importante
te debes enterar por la pizzera de l’Aldea.
Qué solo debe sentirse
Carles sin ti.
Manuel Aznar Pasamar, profesor de profesores. Excelente compañero
en Camarles.
(El diablo está en mi vida)
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